viernes, noviembre 11, 2011

Ese que canta

-Ahí viene ese que canta-
dicen al verme pasar
las señoras en la plaza.

-Ahí viene el pajarillo-
me sonríen si las observo
y risueño, prosigo mi trino.

Yo canto señoras
y cantando así no me olvido
de que hay una voz 
que late en mi pecho
de que el que canta
aún está vivo.

jueves, octubre 27, 2011

Tardor

Avanzas otoño y claudican
las hojas con tus vientos.
Ofreces tu mejilla triste,
violeta tu cara de ninfa.

No estés triste buen otoño.
Eres sabio y eres tiempo,
soberano de edredón y almizcle.
Amarillo y ocre, buen otoño.

Soplan níveas tus caricias
nodriza roja de los inviernos.
La estival desnudez revistes
mesa camilla de la nostalgia.

No estés triste viejo otoño.
Eres olvido y también recuerdo,
sátrapa que la luz desdice
bueno, viejo y triste otoño.

martes, octubre 18, 2011

Cartas desde Tetuán IV

¡Oh Maestro!

Llevaba unos días debiéndote un verso. Dos años terrestres son poco tiempo en términos astrofísicos para hacer olvidar a un poeta la vivencias que atesora en su caja de zapatos de los recuerdos importantes. La vida ha cambiado bastante desde que te fuiste, la vida siempre está cambiando, cambia tanto o más que el agua de una cafetera. Es consabido que las cafeteras regalan mejor café cuantas más hayan sido las tazas servidas con su brevaje negro. Cuando tú y yo nos juntamos por causas y azares de la amalgama sociológica, ya gastabas un café delicadamente oscuro. He aprendido a identificar el buen café con su solo aroma. En tu caso, superada la fase de tanteo, constaté las excelencias señaladas por tu Flaco proveedor: ''Café Maestro, Café Excelso'' rezaba tu eslogan. Bastaron un par de sobremesas, tres noches pendencieras y no sé cuantas pachangas para que el poeta se declarase FAN de su negruzo sabor algecireño. Cuando te aventuraste en la apertura del mercado aussie, sentí pena amigo; estaba seguro de que nuestros intereses comerciales volverían a enlazarse, aunque no ya de la misma manera. Este verano estuvimos cerca, y si no se dio fue probablemente porque yo andaba sumido en la vorágine a la que pertenezco. A veces parece imposible sobrevivir a la vorágine. Rompí con todo cuando rompí con la Negra, rompí mi propia moldura. Aún hoy ando ensamblando los pedazos con pegamento de barra. La tarea ha sido dura de cojones. Lo del amor de verdad es una apisonadora, un juggernaut con peor pisada que el caballo de Atila. Yo antes no lo sabía. Ahora lo sé. Me vine a Barcelona después de un verano intenso en reencuentros y memorias. Otra mujer loca decidió por mi. Mis defensas son escasas ante el sortilegio femenino cuando es poderoso como una bola de fuego de veinte puntos de daño. Ando en busca de trabajo con telarañas en mis arcas. Bebo mucho café y a menudo me acuerdo de tí, del Flaco, del amigo Antón y del amamonao de Lucas. Sussie me llamó este verano para contarme que se lo había hecho con una ramera y reclamar su lugar en alguno de mis futuros libros. Espero que no le de por reclamar también beneficios. Turkoglu se fue a Londres (cosas del Lock Out) y nuestro Madrid sigue cambiando, con más túneles, bólidos y sevillanos que nunca. Madrid, esa palabra.

No sé que será de mí, pero como los maestros que me enseñaron sabré sobrevivir. Lo que peor llevo es la preocupación de los demás. No la merezco ni la necesito. Tú nunca me has preocupado amigo Vincent. Si todos los hombres de este planeta fueran como tú, habitaríamos posiblemente un mundo mejor. Mantente fuerte y siempre que sea necesario regala tu café. Aquí estaremos para beberlo solo y despacio. El mundo es nuestro.

lunes, octubre 17, 2011

...y la vida va

Detente aquí caminante
Vengas de donde vengas.
Aquí hay botellas
Y hay vasos,
Hay una vida
Hay una tierra.

Detente aquí caminante
Sea cual sea tu comedia.
Aquí habrá botellas
Y habrá vasos,
No habrá querellas
No habrá quejas.

miércoles, agosto 03, 2011

Summertime

Summertime and the livin’ is easy
Fish are jumpin’ and the cotton is high
Oh your daddy’s rich and your ma is good lookin’
So hush little baby, don’t you cry
One of these mornings
You’re goin’ to rise up singing
Then you’ll spread your wings
And you’ll take the sky
But till that morning
There’s a nothin’ can harm you
With daddy and mammy standin’ by

viernes, junio 03, 2011

Hey You

Hey you, out there in the cold
Getting lonely, getting old
Can you feel me?
Hey you, standing in the aisles
With itchy feet and fading smiles
Can you feel me?
Hey you, dont help them to bury the light
Don't give in without a fight.

Hey you, out there on your own
Sitting naked by the phone
Would you touch me?
Hey you, with you ear against the wall
Waiting for someone to call out
Would you touch me?
Hey you, would you help me to carry the stone?
Open your heart, I'm coming home.

But it was only fantasy.
The wall was too high,
As you can see.
No matter how he tried,
He could not break free.
And the worms ate into his brain.

Hey you, out there on the road
always doing what you're told,
Can you help me?
Hey you, out there beyond the wall,
Breaking bottles in the hall,
Can you help me?
Hey you, don't tell me there's no hope at all
Together we stand, divided we fall.

P.F

jueves, junio 02, 2011

Cartas desde Tetuán III

Flaco,

Ayer fue un día especial. Uno de eso días que uno sabe en el mismo instante que se está viviendo, que la vivencia, esa materialización espacio temporal que experimenta cada persona de manera genuina, tiene un aire trascendente. Fran cumplía treinta y tres años y nos citó en el parque de Eva Duarte de Perón. Había montado una merienda a la antigua usanza en una zona de recreo con esas mesas de metal con bancos donde los mayores se sientan a echar un mus o un tute mientras disfrutan de la altruista compañía de otros mayores. Gozando la espera.

El Franchu lo tenía todo listo: sus medias noches, sus sándwich de nocilla, su empanada, su tortilla de papas, sus Cruzcampos bien frescas. Colgó unos globos en algunas ramas y nos surtió de gorros de cartón a lo Master and Commander.  El año pasado lo habíamos pasado bien. Era oportuna la idea de repetir. Le regalamos unos libros de Bolaño y Calvino (no hay tiempo para leer basura). El año pasado le compré y dediqué The Humbling, de Philip Roth, y desde entonces Fran había manifestado una extraña inclinación hacia el melodrama kitsch que el reconocía poco afortunada. Esta vez no le dediqué los libros. Con Alina todo fue cordial; de algún modo me alegraba de verla. Ella seguía siendo ella y yo seguía siendo yo. Vinieron la X y la Euge, y el Mejicano y su prometida con fundas en los dientes, según me apuntó Juan con ojo clínico cuando se marcharon a cenar como le gusta al Cuate. Los Velázquez-Gaztelu, y Bea, nuestra Bea. Lo más bonito de todo Madrid. También vino gente nueva lo que siempre es de agradecer.

El verano se acercaba frío, advirtiéndonos. Yo pensaba en si era verdad el rumor de que en la acampada de Sol había una plaga de piojos. El taxista y el Mejicano no me parecían las fuentes más fiables. El problema no eran los piojos, estaba claro. Algo está azotando la conciencia colectiva. La gente quiere decir lo que piensa y no es menester despreciar el hecho de que pueden, pero al personal le gusta la acción. No tienen culpa. En todo caso es culpa de Hollywood y de la Historia. Entiendo a quienes creen que las palabras no bastan. Aunque a mi me basten.

Currito y Fran bajaron unas sudaderas de casa. Parecía primero de febrero y no paraba de zampar para que mi cuerpo no se enfriara. No tengo ni idea de si existe alguna correlación entre la ingesta de alimentos y la sensación de tener el espinazo helado, pero al menos si estás comiendo te acuerdas menos de que tienes frío. Expliqué a la prometida del Mejicano, cual paladín de la concordia entre pueblos, que hasta el cuarenta de mayo, uno no se quita el sayo en España. Que fuera inglesa explicaba lo de las fundas.

En una de esas, estábamos Juan, Bea, tú y yo. Ambos me reprochabáis mis continuas ausencias: Bea dijo si no te vemos en Madrid ánda que te vamos a ver ahora que vuelves a Sevilla. Vosotros sois a la gente que yo veo más allá del trabajo, dije yo, así que imagina lo mucho que me muestro. Me miraste con todo el rencor que puedes tenerme. Sabías que me marchaba. Que había llegado ese momento del que algunas tardes habíamos hablado. De algún modo siempre supimos que juntos podríamos; sin embargo, hacia ya un tiempo que yo había caído. Es amargo el sabor de lo irrepetible, querido Avalista. Se hizo el silencio para mí y me concentré en esa revelación que esconde el fin de todo episodio. Me quedé conmigo mientras el ágape continuaba. Fran había soplado las velas sobre una tarta que parecía un donut grande. Juan se me acercó. Puedo decirte exactamente lo que estás pensando, me espetó mientras sondeaba mis ojos con los suyos lúcidos. Sólo es feliz quien es capaz de decir adiós, prosiguió. Realmente sabía quién era yo el muy cabronazo. Yo me sabía el hermano que de sangre no tuvo. Se humedecieron mis ojos y no me acuerdo qué contesté; estaba demasiado preocupado porque nadie percibiera el rubor que me nacía. Tal vez yo fuera un caminante, serio y callado al mismo tiempo. Siempre diciendo adiós.

Recogimos y salimos del parque. El frío se hizo sentir de nuevo pero a Fran no parecía erizarle el bigotazo que se había trabajado para la ocasión. Qué buenos tiempos hemos pasado. Con disciplina escribiría una trilogía. Antes de llegar a la esquina donde está el bar Sydney, al principio de Cartagena, tu resquemor se tornó en melancolía. Te preocupaba que me fuera sin que volviéramos a vernos una última vez. Nos abrazamos. Y como siempre me alcé sobre mis puntillas para poder estar a tu altura. Tú eras quien siempre habías sido. No tenía la menor duda de volverte a encontrar en el camino.

Hasta luego, viejo.

jueves, mayo 26, 2011

Cartas desde Tetuán II

Querido Juan,

Fui el otro día a una entrevista de trabajo. Me llamaron y puede montármelo para dejar antes la oficina. Fue agradable la sensación de no tener que ocultar a dónde iba ni pedir permiso, la sensación de que fuera innecesaria toda subrepción. Pensé que bien podría ser esto la libertad, en caso de ser cierta su existencia. Tenía curiosidad por ver cómo se movía el mercado laboral (así es que lo llaman). Bajé la calle Bambú y giré a la izquierda. Pregunté a dos chicas nada especiales por el Hotel Foxá y una de ellas alzó la mano derecha indicándome con el índice el camino al desfiladero que había de acercarme a la posibilidad de un futuro mejor. Veía el hotel a tiro de flecha. Encaré el puente de metal dejando a mi espalda pequeños jardines de crujiente césped y pinos refrescantes, escasa naturaleza viva en este páramo de cemento y cristales reflectantes. Caminé sobre el puente y los edificios desaparecieron a mis flancos. Contemplé el espacio ingente que se abría hacia ambos lados. El cielo era azul y hermoso. Hacía calor y me sudaba la frente. Me detuve unos segundos. Miles de coches atiborraban la autovía en ambas direcciones. Era una visión grandiosa y triste. Los había de todas las gamas: camiones, motos, furgonetas; hasta acerté a ver un moderno deportivo descapotable en el que un padre llevaba de copiloto a su pequeño hijito con un enorme casco negro. Pensé he aquí el progreso. Avancé hacia el hotel impresionado por lo extraña que resultaba desde aquella perspectiva de conjunto la brega de todos los seres, uno a uno, por ganarse el pan estos días en la ciudad.

Llegué a la cita con antelación. Sabes que siempre me ha gustado llegar pronto a mis primeras citas; te permite un tiempo de ventaja para escrutar a los parroquianos y decidir cómo hacer aquello que tienes intención de hacer. Mi contacto era Jesús, el tipo de voz grave y parcas palabras que me había telefoneado por la mañana. Créeme si desde un primer momento desconfié de la mesiánica familiaridad del nombre. Me senté en el hall y espere a que vinieran a atenderme. No tenía ni cuatro euros en la cartera así que supuse que lo conveniente sería pedir un refresco mientras me relajaba leyendo la prensa del día. Nadie vino a tomar la comanda, así que sólo leí. En la tele estaba ese famoso presentador que conduce un programa que consiste en cajas: el concursante tiene una caja con la que juega mientras un grupo de gente con tiempo de todas las provincias de España tiene las suyas. Todas las cajas tienen un número. El concursante va ordenando ceremoniosamente a sus compañeros de plató la apertura de todas las cajas, una tras otra, mientras pierde durante el proceso pequeños y grandes botines. Al final sólo quedan el concursante y su caja frente a otro concursante y su otra caja. El show era demasiado simple para ser divertido. Habría ganado en interés con algún arma corta en una de las cajas. La muerte daría veracidad y audiencia a esta ruleta cutre y televisiva.

Aquello se fue llenando de gente. Pude olerme la encerrona; ya sabía perfectamente a lo que había venido. Una jauría de cuerpos de diferentes edades, algunos arreglados, otros no, se adentró en las catacumbas de aquel salón pomposo, desfilando sobre el suelo de mármol con impertérrita indiferencia hacia aquello que no fuera alcanzar el firme objetivo de conseguir un empleo. Me hice el remolón entre los cubículos de aquel recibidor de huéspedes, ojeando grandes retratos de cierta gente de abolengo más que probablemente muerta y algunos extraños códices en hebreo. Al fin llamé a Jesús y di con él; estaba de pie junto a la palaciega escalera que gobernaba la recepción del hotel. Me acerqué con ventaja, midiendo mis pasos, sabiendo exactamente qué diría y replicaría para escapar de aquella historia y volver a casa. A penas intercambios el saludo me presentó al compinche de su izquierda, Alberto, y le conminó a que me acompañara al punto de encuentro. Considerando algunas de las piernas, culos y caderas que se habían contoneado por aquel sitio en los cuarenta y cinco minutos que llevaba esperando, aquello del punto de encuentro no me sonó del todo mal. Alberto y yo anduvimos hasta la escalera trasera que daba entrada a las mazmorras, al punto de encuentro, pero justo antes de bajar el primer peldaño me las hice para hacer entender a aquel tipo que yo no bajaría al punto de encuentro.

- ¿Tienes algún problema?- preguntó.
- Verás amigo, es que a mí, estas cosas en grupo no me van.
- ¿Acaso no quieres un buen trabajo?
- La verdad es que preferiría irme a mi casa (y masturbarme, pensé). En este momento de mi vida ando buscando algo más personal.
- Podemos hacerlo más personal si lo deseas.
Estaba claro que Alberto comisionaba por cada pringao que convenciera para ir al punto de encuentro.
- No te preocupes. Sólo vine a echar un vistazo.

Me despedí con cortesía del fulano y cogí camino de vuelta a casa. Dejé de nuevo el puente a mi espalda. Los coches proseguían su avance sobre aquel torrente de asfalto bajo el cielo azul, infinito, perfecto. Ya en el metro, una universitaria a la que no le vi la cara posó su culo sobre mi brazo mientras yo leía El jamón entre el centeno, creyendo tal vez sentarse en el reposabrazos. La universitaria dejó su culo ahí y yo dejé mi brazo. Salí en Tetuán y encaré la recta al hogar. Tal vez iba a ser difícil encontrar un nuevo trabajo. Tal vez no lo quería. Terminé el libro y me quedé dormido pensando. Qué plaga el hombre, hermano, qué plaga.

lunes, mayo 16, 2011

Spanish Caravan



Take me Spanish Caravan
Yes I know you can...

Cartas desde Tetuán I

A Govinda Ollero,

Hay siempre en la plazoleta en que termina Tablada y empieza Sauco un grupo de chavales que domina el espacio con tensa rareza. Me los encuentro cuando vuelvo del trabajo a media tarde y siguen ahí cuando en ocasiones, a la hora que cae el dios sol, me acerco al chino a proveerme de todo aquello que siempre falta en mi nevera y nunca me acuerdo de comprar. Su número es oscilante; a veces seis, siete, conté once una vez que esperaba a que Currito comprara tabaco en el Cantespino. Se trata de un bonche bastante heterogéneo pero unánime en cuanto a la materialización de lo que muchos convendrían en denominar apestados. Portan con dignidad su pinta de borrachos, yonkis y maleantes. Es gente con la que conviene tratar poco. Esto lo aprendimos de niños en el barrio, cuando los gitanillos de las Tresmil llegaban en sus patrullas de bicicletas a la hora de la siesta, con tamaño apetito de lo ajeno, que no había otra que dejarse calentar la cara con tal de no perder la pelota o la bici. Lo peor era cuando se llevaban la bici. Hijos de perra. Recuerdo que al Pocas le partieron la tocha en la puerta de su casa por no haberse dejado birlar la exquisita montura a pedales que le habían regalado aquellas navidades. Aquello me causó admiración. Hay ideas, deseos, que no perdemos a base de hostias. Si una idea o un deseo es lo suficientemente grande en nosotros, la integridad física, el sufrimiento, la posibilidad del fin, pasan a un segundo plano. No había duda de que Joaquín había demostrado tener un par de pelotas, pero sobretodo, aseveró que la ilusión que albergaba por cabalgar aquella belleza de aluminio era capaz de extraerle todo el valor que poseía en su interior. Lo había convertido en un héroe. 

Tal vez sea la falta de ilusión el blasón que ostentan los chavales de la plaza. Tal vez sean las ilusiones, aquellas que un día nos separaron. Tal vez, amigo, uno deba ilusionarse menos para poder estar con los chavales en la plaza. Tal vez la nostalgia sea el mejor escudo de armas. Tal vez las partidas de Pendragón, los cuentos de Steinbeck y tus arengas sobre Tolkien y Malory me hicieron mucho mal en la infancia. Tal vez sea el genoma de Alonso Quijano, pero sabes que últimamente pienso mucho en el heroísmo, en la génesis del arquetipo. Conozco a verdaderos expertos en la materia como el Capitán Lefascist. Miro al mundo y no veo a Lancelot ni a Gawain, no hay hombres altos ni magos blancos. Extraño el olor a azahar en primavera y a salitre en el verano, la humedad del Río Grande en el invierno, la sacra tristeza del otoño.

Te escribo esta carta desde Tetuán, mi barrio, que no es ninguna pradera que cruce a caballo. Pero no te preocupes; tengo a raya a los fulanos de la plaza. Sabes que puedo dar hostias como panes y que, además, estoy muy loco. Ellos parecen saberlo también. Nos miramos de reojo. Ellos chupan sus latas de medio litro. A mi me espera la mía en casa. Estoy tratando de hacer deporte y de comer bien. Sentía gran necesidad de escribirte una carta en la que contarte mis peripecias por este reino. Es curioso como aquí todos siempre reconocieron mi origen. De algún modo siempre me supe extranjero en estas tierras. Govinda, hermano, qué presente has estado siempre en todos mis pasos. Qué deseo por volver a verte.

viernes, abril 08, 2011

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.

viernes, marzo 25, 2011

Erguido frente a todo

Bajo mi cota de bambú
Erguido frente a todo.

Enhiesto ante el recuerdo
Valiente ante el futuro
Erecto ante la vida.

Me yergo
Con higiene postural.
Me extiendo
De uña a uña.

Resistir no es una opción
Cómo vivir
No debe pensarse.

A lo hecho pecho.
Nada de torturas
Nada de lamentos
Persigo la buenaventura.

Bajo mi cota de bambú
Erguido frente a todo.

jueves, febrero 24, 2011

La última gota

Última gota
de la última ola
del océano cósmico.
Perla piadosa
penúltima defensora
de la luz del universo.
Morralla insoportablemente
leve
soberbia marejada.
Siento tan lejos las estrellas.
Temo a la materia oscura.
El ser es un átomo
en la biomasa.
Astrofísicamente nada
de nada.

Sé que hace un día maravilloso
ahí afuera.
Más no es bueno saber
cuando se está en galeras
como organismo asido,
condenado
a perecedera brega.
Poco es la vida.
Aún menos el trabajo.
Mejor no aprender nada
no sea que cese
esta absurda cantinela.
No existen divisas
suficientes para comprar
las estrellas.

miércoles, febrero 09, 2011

تطوان (Los ojos)

Ha vuelto, el muy cabrón. Supongo que cada uno tiene sus cruces. En la tierra de donde vengo se cargan con pasión en primavera. La mía tiene talla guadalupana y talento chupóptero. Hay personas que cuando te las cruzas cuesta que te dejen tranquilo. No estoy seguro de querer estar tranquilo; alguien dijo que estarlo es una bajeza moral. Agradeceré cambiar de intranquilidades. En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos). Algo bueno saldrá de esto. Un atardecer contemplando el cielo, un refrescón entre niños ruidosos. ¿Acaso no es esto la vida? El eterno retorno de sinónimo y antónimo.

lunes, enero 24, 2011

La Academia

Ha llegado una lingüista
de la Sorbona
a casa.
Era licenciada en Español,
Lengua
y Civilización.
Ha comentado que no hay poesía
sin métrica, y que de haberla,
es básicamente menor.
También ha dicho
que el cocido
es fruto de
la hermandad
hispano africana
y me he quedado
pensando en
Túnez
y
en los restos
del imperio español.
Saben mucho en la Sorbona.
Mi hermana Blanca estuvo allí.
La chica no había comido
cocido
en su vida,
pero parecía
apasionada
con Hugo y Rimbaud.
¿Escribes?
Le pregunté.
No tengo la capacidad.
Respondió.
Me acordé de ti
Anfibia
y de tu veneno.
Lo lamento.
No soy capaz
 de escribir cartas
 en Alejandrinos.

REMORDIMIENTO EN TRAJE DE NOCHE

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
Es el remordimiento, que de noche, dudando,
En secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.

Luis Cernuda. Un río, un amor.

miércoles, enero 19, 2011

El nuevo

Viene contento
el nuevo
la sonrisa juntándole los labios
el lápizfaber virgen y agresivo
el duro traje azul
de los domingos.

Decente
un muchachito.
Cada vez que se sienta
piensa en las rodilleras
murmura sí señor
se olvida
de sí mismo.
Agacha la cabeza
escribe sin borrones
escribe escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces
suspira
y es un lindo suspiro
de modorra feliz
de cansancio tranquilo.

Claro
uno ya lo sabe
se agacha demasiado
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse
ni será el mismo
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
No dirá
sí señor
dirá viejo podrido
rezará palabrotas
despacito
y dos veces al año
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido
demasiado
sencillo.

viernes, enero 14, 2011

Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible

Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las tazas inmóviles, la
posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las
ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste
de la sosa cáustica.
Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los
vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.
Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.
No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo
una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo
dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.
Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu
pensamiento es sólo recuerdo de la ira.
Ves la rosas temibles.
Ah caminante, ah confusión de párpados.
Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.
Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas
húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.
Ah la pureza de los cuchillos abandonados.
Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.

Antonio Gamoneda

jueves, enero 13, 2011

Máxima I

Cuando lo tienes todo, puedes perderlo todo. Entonces, no tienes nada más que perder.

miércoles, enero 12, 2011

La vida en la frontera no espera



A veces sopla un viento triste y frío
los día son igual que una condena
de noche se oyen voces que murmuran
un nombre donde solo hay silencio.

Si cruzas por aquí, se precavido
si alguien te sale al paso no le des la espalda
es bueno hallar con quien hablar a veces,
pero es mejor callar cuando es preciso

No sueñes con el final del camino
pues ya, maldita sea, otros aguardan
para tomar su parte y ganarte
la mano sin moverse del sitio.

La vida en la frontera no espera
es todo lo que debes saber.

Hay hombres con mirada que fulmina
como el rayo penetra en carne viva
si matas generas un espectro
que siempre ya persigue y acecha.

Bailan las mujeres en la hoguera
desnudas con el rostro cubierto,
aquella que concibe tu hijo también
acaba con las voces de lo incierto en tí.

Si tienes que jugártelo a una carta
ve de cara al decir tu palabra,
pero antes de que el eco la repita
dios y el diablo te ayuden a estar lejos.

La vida en la frontera no espera
es todo lo que debes saber.

Radio Futura

lunes, enero 10, 2011

Tres de dudas

Cavilaba bajo la silueta de enormes hojas de árbol color bombilla, el tercero de enero, con el culo frío por el mármol que es banco frente a las letras doradas incrustadas en los adoquines que firma Nicolás Fernández de Moratín, en la agradable calle de Huertas. También mata la muerte en las fiestas cristianas. También dan las iglesias misas de difuntos en navidad, y allí van los que nos quisieron a despedirse y algunos piensan - qué jodidamente corta es la vida y que solo se muere uno-. 

Las hordas invaden el centro de la ciudad amasando cosas y más cosas, y plástico y papel, y se chocan unos con otros y se insultan y creen ser fuertes, pero todos están solos en esta locura, y luego vuelven a sus casas con el botín bajo el brazo, y discurren sobre su círculo de amistades y hacen cábalas sobre de quién recibirán regalos y quedan a la noche unos con otros y comen y beben y engordan y recuerdan y beben y vuelven a beber. Y la muerte siempre está ahí, esperándolos, observando altiva como chocan y compran y amasan, como disfrutan los hombres sus cosas. No piensan en nuestra obsolescencia programada, ni en la cada vez más corta vida de los juguetes, los artilugios, las modas. La gente es extraña cuando eres extraño para ellos. 

Leí azarosamente en año nuevo la página de un libro de Nietzsche que recordaba que Pascal odiaba una frase de Montaigne, buena almohada es la duda para una cabeza bien equilibrada, y me dejó pensando sobre la razón del equilibrio y sobre lo mucho que dudaban los sabios y en la gran consideración que se tenían a sí mismos. Yo tengo muchas dudas y ya no sé cuántas certezas. Pero estoy casi seguro de que la humanidad persistirá, tal y como es, pese a la muerte y su ciclo. 

He leído que un hombre ecuatoriano ha muerto. Este hombre había engendrado noventa y seis criaturas con cuarenta mujeres distintas según informaba una periodista desde Quito. Muchas mujeres anhelan un marido. Muchos hombres quieren ser casanova. Solo algunos pueden. Creo que es cierto que la vida no es un juego y que es mejor no hacer daño a las personas. También es cierto que hay quien no se toma estas certezas demasiado en serio. Es cierto que allí de donde uno viene existen espacios recónditos donde poder estar solo y oxigenar el pecho por gris que se encuentre. 

Los asesinos cargan con sus crímenes para siempre; de eso también estoy seguro. Y de que cada vez se comparte menos y de que no se deben pisotear las flores. Los mañanas pronto son ayeres, y cuanto más viejo se hace uno, más pesado se hace volver a empezar. Por lo demás, me siento puesto en dudas. Si me preguntas sobre algo no sabré qué responder. Los sabios dudaban porque debían. Yo lo hago porque ya se ha ido otra navidad.