lunes, marzo 31, 2008

Miopía

¡Ay, vivir un poema de nuevas alegrías, siempre!
¡Danzar, aplaudir, exultar, gritar, saltar, brincar,
seguir viviendo, seguir flotando!
Ser marinero del mundo, en dirección a todos los
puertos.
Ser un barco (mirad las velas que extiendo al sol
y al aire).
Un barco desbordante y raudo, lleno de palabras
ricas, lleno de alegrías.

Acaso dudas que prefiero la alegría a la tristeza, la serenidad a la angustía, el ánimo a la depresión, la exaltación a la melancolía, el amor a la envidia, la generosidad al odio, la intrepidez a la medrosidad. Mira a mi alrededor y dime qué ves. No necesito perdonarme, ya he conseguido entenderlo: la luz se fue al querer verlo todo a través de tus ojos miopes.

sábado, marzo 22, 2008

Zara

-¿No puede hablar con nosotros?- preguntó Marcelo.
-Ella no tiene derecho-.

Pero Buzara sí habló con nosotros. Pagó los 50 dirhams para andar con extranjeros, la tarifa que entre risas le solicitaron los gendarmes de gris que custodiaban la entrada porticada del Banc de Maroc. Los fieles terminaban la oración y la Grand Place de Marrakech bullía con aquel soniquete hipnótico que nos aturdía como a las cobras.

Buzara era una señorita muy amable. Había marchado a Modena hacía unos años cuando murieron sus padres; sus raíces entonces las llevó consigo. Rondaba la treintena, pero a diferencia de algunas de las mujeres con las que andábamos en Madrid por aquellos tiempos, Zara, como nos pidió que la llamásemos, miraba con la ilusión de una quinceañera, con esa frescura de quien siente tenerlo todo por descubrir.

La cena fue en Dar Essalam, -de Señores- como demandaba Marcelo. Todo era muy fácil entre nosotros. Cualquier decisión era válida y abrazada por todos como propia. Siempre nos había gustado trabajar como un equipo, juntos en la subida y en la bajada, en los días cálidos y en las tardes solitarias -Basket Lavapiés-, así se nos conoció esos años. El restaurante resultó majestuoso: un increíble palacio colmado de plata, con las paredes repletas de aquellas abundantes lacerías que siempre me habían fascinado del arte árabe. A Antón le inspiraba más recordar a James Stewart, desesperado por encontrar a su hijo en El hombre que sabía demasiado, que como nos relató el Apoderado había sido rodada en aquel lugar medio siglo antes.

Encargamos varias cervezas: era una de esas noches para brindar, y Zara lo celebró con agua. Nos homenajeamos. Cous cous y kefta, como no, pastila, harira y tajin de pollo con aceitunas, té moruno a los postres. Zara se animó a bailar al son de los laudes y aunque tímidamente, no dudó en expresar su comunión con la fiesta.

Esa noche Zara durmió con la ventana entreabierta. Mientras Antón, el Pesca y yo mismo nos purgábamos en un psicoanálisis de risas y rones sin hielo, dos pisos más abajo, nuestra nueva amiga escuchaba en silencio, agradecida y risueña, partícipe como era de nuestra libertad, esa que en la medina de Marrakech cuesta 5 euros a una italiana de Casablanca.

miércoles, marzo 12, 2008

miércoles, marzo 05, 2008

La caída de Ícaro

1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Los atardeceres se suceden,

Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.

También un gesto inexplicable,
díscolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.

Lo quieto de las cosas
en el atardecer. La quietud,
por ejemplo, de los edificios.
El ensombrecimiento
mudo y apagado.

Como ojos,
dos piedras azules me miran
desde un anillo.
Los anillos
cuidadosamente extraídos
al final.
Como aquél de azabache y plata
o este otro de un pálido, pálido rosa.
Rostros y luces
nítidamente se reflejan en él.

En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
Es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.

Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.

Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.

2
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo sólo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.

Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.