lunes, febrero 26, 2007

Eulalia

Eulalia me dijo que no me llamaría. Yo sonreí inocente cuando cogí su mano y escribí despacio mi número de móvil sobre su piel. –No voy a llamarte- se apresuró a decir mientras clavaba en mi sus ojos insondables, disfrazados con unas lentes de corte retro bastante desfasadas.
Un correcto “me parece bien” fue todo lo que acerté a responderle al preguntarme interiormente si esa sentencia sería la única que no había espetado hasta ahora su personaje. Eulalia no era más que una adolescente, pero de su aspecto pueril y desenfadado se desprendía un irracional magnetismo que me aceleraba el pulso y me arrojaba hacia ella con virulencia.

La sensación de vulnerabilidad que Eulalia despertaba en mí fraguó de un modo subsconciente e inmediato la invisible armadura de la sutileza, aunque era perfectamente consciente de que el brillo de mis ojos disonaba tórpemente con aquel insincero me parece bien que camuflaba los miedos y apetitos que se agolpaban súbitamente en mi pecho.

De pronto me rehice. – Anda…Dame un beso- dije de soslayo mientras me exorcizaba del idiota existencial que siempre me acompaña, y que en determinadas ocasiones me ha impedido deleitarme con esos momentos mágicos que en ocasiones y de manera inesperada te regala la vida. Con candor la envolví con el brazo y acariciando su hombro la besé en la mejilla, ajeno por un instante a las intrigas de artificios miméticos. Estaba loco por besarla, y ella, niña, se dejó besar.

Los focos del escenario se encendieron y ante nosotros se anegaron los paisajes más libres y diversos. Mientras mi colega el Flaco y yo cabalgábamos sobre la montura de la risa prendidos a frescas riendas de hortaliza, Eulalia, invisible, me acompañaba a la grupa apoyando su pecho contra mi espalda. Era mala estudiante y se burlaba de que aprovechara los recodos del viaje para leer en lugar de ocuparme de ella. Si hubiera sabido que ocultaba mi timidez entre aquellas letras para así poder mirarla de reojo y desnudarla furtivamente en mis pensamientos.

Qué dichosos fuimos el Flaco y yo aquella noche, cuando exploramos juntos los inagotables caminos de la expresión. Sólo lamenté no haberle hecho una foto a Eulalia que poder enviar a mi amigo Chuck Close. Seguro que la habría encontrado tan encantadora como yo y me hubiera regalado un retrato que me ayudara a borrar su ausencia.

-Deberías llamar a Eulalia- me animaba el Flaco.
-Sí, debería llamarla sino fuera tan mediocre-, me reproché con autoconmiseración.

Después de aquella noche nunca más volví a ver a Eulalia.

viernes, febrero 09, 2007

Scarborough Fair

Parsley, sage, rosemary and thyme
Remember me to one who lives there
She once was a true love of mine

Tell her to make me a cambric shirt
Parsley, sage, rosemary and thyme
Without no seams nor needle work
Then she'll be a true love of mine

Tell her to find me an acre of land
Parsley, sage, rosemary and thyme
Between salt water and the sea strands
Then she'll be a true love of mine

Tell her to reap it with a sickle of leather
Parsley, sage, rosemary and thyme
And gather it all in a bunch of heather
Then she'll be a true love of mine

Are you going to Scarborough Fair?
Parsley, sage, rosemary and thyme
Remember me to one who lives there
She once was a true love of mine

lunes, febrero 05, 2007

4-7-2005


El día amaneció lluvioso; lluvia alternada con destellos de sol radiante. El clima es intermitente como la vida, como yo mismo. Exeter es una de esas ciudades en las que el viajero se siente cómodo, dichoso. Ni grande ni pequeña, ni demasiado cálida ni demasiado fría, ni cercana ni ajena. Cada uno encuentra su sitio.
Las calles de Exeter, agasajadas con el verdor eterno de una naturaleza generosa, esconden furtivas miradas, inesperadas y gratuitas sonrisas que animan el espíritu. La cordialidad de sus gentes es contagiosa; quizá hostiles y bravos en sus tierras, los metecos se sienten en paz, embriagados por el ligero aroma del salitre que arrastran las aguas del río Exe, caudal que riega el alma de los habitantes del Señorío de Devon.
Artúricos parajes estos en los que me hallo, rebosantes de vida, de luz, de historia, de paz y amor y de amores también.
Comienzo a sentir tu vigoroso abrazo. Un instante tras otro mi corazón, Exeter, se empapa de tu claridad, de tu sencilla franqueza, enamorado ya de tus rincones, recovecos celestes que se erigen presente a la vez que recuerdo.

Whipton lane, 23:34