lunes, febrero 05, 2007

4-7-2005


El día amaneció lluvioso; lluvia alternada con destellos de sol radiante. El clima es intermitente como la vida, como yo mismo. Exeter es una de esas ciudades en las que el viajero se siente cómodo, dichoso. Ni grande ni pequeña, ni demasiado cálida ni demasiado fría, ni cercana ni ajena. Cada uno encuentra su sitio.
Las calles de Exeter, agasajadas con el verdor eterno de una naturaleza generosa, esconden furtivas miradas, inesperadas y gratuitas sonrisas que animan el espíritu. La cordialidad de sus gentes es contagiosa; quizá hostiles y bravos en sus tierras, los metecos se sienten en paz, embriagados por el ligero aroma del salitre que arrastran las aguas del río Exe, caudal que riega el alma de los habitantes del Señorío de Devon.
Artúricos parajes estos en los que me hallo, rebosantes de vida, de luz, de historia, de paz y amor y de amores también.
Comienzo a sentir tu vigoroso abrazo. Un instante tras otro mi corazón, Exeter, se empapa de tu claridad, de tu sencilla franqueza, enamorado ya de tus rincones, recovecos celestes que se erigen presente a la vez que recuerdo.

Whipton lane, 23:34

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