-¿No puede hablar con nosotros?- preguntó Marcelo.
-Ella no tiene derecho-.
Pero Buzara sí habló con nosotros. Pagó los 50 dirhams para andar con extranjeros, la tarifa que entre risas le solicitaron los gendarmes de gris que custodiaban la entrada porticada del Banc de Maroc. Los fieles terminaban la oración y la Grand Place de Marrakech bullía con aquel soniquete hipnótico que nos aturdía como a las cobras.
Buzara era una señorita muy amable. Había marchado a Modena hacía unos años cuando murieron sus padres; sus raíces entonces las llevó consigo. Rondaba la treintena, pero a diferencia de algunas de las mujeres con las que andábamos en Madrid por aquellos tiempos, Zara, como nos pidió que la llamásemos, miraba con la ilusión de una quinceañera, con esa frescura de quien siente tenerlo todo por descubrir.
La cena fue en Dar Essalam, -de Señores- como demandaba Marcelo. Todo era muy fácil entre nosotros. Cualquier decisión era válida y abrazada por todos como propia. Siempre nos había gustado trabajar como un equipo, juntos en la subida y en la bajada, en los días cálidos y en las tardes solitarias -Basket Lavapiés-, así se nos conoció esos años. El restaurante resultó majestuoso: un increíble palacio colmado de plata, con las paredes repletas de aquellas abundantes lacerías que siempre me habían fascinado del arte árabe. A Antón le inspiraba más recordar a James Stewart, desesperado por encontrar a su hijo en El hombre que sabía demasiado, que como nos relató el Apoderado había sido rodada en aquel lugar medio siglo antes.
Encargamos varias cervezas: era una de esas noches para brindar, y Zara lo celebró con agua. Nos homenajeamos. Cous cous y kefta, como no, pastila, harira y tajin de pollo con aceitunas, té moruno a los postres. Zara se animó a bailar al son de los laudes y aunque tímidamente, no dudó en expresar su comunión con la fiesta.
Esa noche Zara durmió con la ventana entreabierta. Mientras Antón, el Pesca y yo mismo nos purgábamos en un psicoanálisis de risas y rones sin hielo, dos pisos más abajo, nuestra nueva amiga escuchaba en silencio, agradecida y risueña, partícipe como era de nuestra libertad, esa que en la medina de Marrakech cuesta 5 euros a una italiana de Casablanca.
3 comentarios:
Hola Eva. He perdido tu numero, me di cuenta el otro dia porque necesitaba llamarte para preguntarte una cosa. Si me lees, llamame. Un besito
gracias por pasarse por mi rincón. acá una se siente muy bien también.
me alegra corresponderle.
wenas! buscando buscando, he encontrado éste tu Blogger que está lleno de poesía, he decidido abrirlo cada mañana y entre cafe y letras me despierto. Lo otro que según el texto de Zara Hablas de Basket-lavapies, si es un equipo me molaría ingresar en él, vivo cerca del barrio y me gustaría sudar mis camisetas de publicidad. alejandro aaa7222@hotmail.com
Publicar un comentario