martes, marzo 06, 2007

La Pena

Tenía los ojos cerrados y el rostro apoyado sobre el pecho de su madre. Las mañanas de domingo aguardaba con impaciencia el momento en que su padre salía de casa en busca de la prensa del día para abandonar sus sábanas de un respingo y conquistar la enorme cama de matrimonio. Su madre rara vez madrugaba los domingos. Disfrutaba de aquella fútil sensación de libertad que le proporcionaba permanecer en el lecho tanto tiempo como se le antojase, y a él, realmente le agradaba compartir con ella la intimidad de ese tiempo sin nombre en el que uno ha vuelto a la vida pero hace oídos sordos a los imperativos de la acción.

La sedosa mano de su madre acariciaba con dulzura sus cabellos ondulados mientras él la abrazaba con fuerza, incapaz de pensar en nada más que en ella. En ocasiones, se cuestionaba en su fuero interno sobre la irracional necesidad que tenía de aquel ser que representaba todas las cualidades, que a su inmaduro juicio, debía poseer la mejor de las personas. Aquellos pensamientos sin embargo lo aturdían, pues muy pocas habían sido las ocasiones, en las que paseando por los borrosos senderos de la conciencia, había llegado a alguna conclusión satisfactoria en torno a aquellas ideas que caprichosamente le asaltaban y que terminarían por enquistarse con el paso de los años. Por el contrario, si era capaz de entender el bienestar provocado por el tacto de su madre, por su olor inconfundible, por la familiaridad de su voz. Aquello le bastaba para consolarse de momento y soslayar todas las preguntas sin respuesta que, cada día más, retumbaban con estruendo en su cabeza.

-Mamá,¿Cuándo sabré que me he hecho mayor?-.
Un silencio ignoto pareció brotar entre ellos;
-Cuando te de un beso, y no se te pase la pena-.

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