miércoles, mayo 12, 2010

Villa Natacha

Abrazarlos a todos. Tan simple como aquello, como el chiste de Lupita, la de las manos grandes. Abarcar en un solo gesto a cada de uno aquellos seres, sentir contra su pecho el tonelaje de sus cuerpos, con un deseo voraz de que le aplastaran. Así era Manuel ‘el nostálgico’. Cuentan que Manuel, a temprana edad, en el pueblo que le vio nacer, uno de esos ante los que las almas urbanas nos cuestionamos la posibilidad de otra vida mejor en otra parte cuando los vemos alejarse en la autopista, leyó un poema que un extranjero le regaló en un papelillo viejo, junto al pequeño horno de piedra que era el corazón de la panadería de su padre. 

El manuscrito albergaba extraños símbolos que parecían a Manolito las pistas secretas que guiaban a un gran tesoro. Absorbido por su arrojo impúber galopó a ver Don Mateo, el alcalde, el hombre más sabio de todos los nacidos en el mundo, en busca de la sapiencia necesaria para acometer la más importante de las pruebas que la vida le había puesto hasta la fecha, y que él sabía sólo podía encontrar en aquel señor mayor que siempre relataba a los demás habitantes del pueblo sus viajes y aventuras en trescientos países. Don Mateo reconoció fácilmente los caracteres helenos que le entregaba el niño e ilusionado por la labor humanista que suponía el reto, cedió gustoso a una repentina pasión pedagógica y se sintió rejuvenecer. 

Cuando Manolito, con sus doce primaveras en flor, leyó descifrado el mensaje que contenía aquel mapa de letras único, el niño, que era de naturaleza soñadora y más listo que el hambre, sintió que descubría la más preciosa de las piedras en la Vía Láctea. Corrió a casa, con su tesoro y una réplica de éste traducida con afilada caligrafía por Don Mateo sobre un papel blanco donde vivía un perro flaco. 

Manolito decidió que ya nunca abandonaría su pueblo...


Hombre, involuntariamente

malo –por poco es otra tu suerte-.

Si ante una flor, siquiera, supieras

comportarte

correctamente, lo tendrías todo. Pues a partir de pocas

cosas, a veces,

incluso de una sola –así el amor-

conocemos las restantes. En cambio la multitud mira:

En el borde de las cosas se queda

todo lo quiere y lo toma y no le queda nada.

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