Escuchaba esta 'cansión' cansinamente cuando decidí dejar mi casa y marchar a la capital, donde al poco nos encontramos. Aún hoy la sigo escuchando cuando la duda me asfixia y vapulea los pensamientos bonitos y utópicos, la puta paja de la que hablas sin la que no serían concebibles canciones como ésta. El camino está lleno de cruces y voces que nos llaman y es decisión nuestra sortearlas o seguirlas; predecir donde vamos resulta tan angustioso como revelador es recordar cuanto arrastramos. La mutabilidad de nuestros pensamientos, de nuestra propia vida, no debe hacernos olvidar quienes somos ni quienes fueron en nosotros. El resto es vanidad, baladí, la puta paja.
¿Será la niebla? ¿Serán las hojas muertas? ¿Serán los difuntos? ¿Serán los atardeceres de noviembre?
miércoles, diciembre 17, 2008
lunes, noviembre 17, 2008
Sobre la fotografía I
El límite del conocimiento fotográfico del mundo reside en que, si bien puede acicatear la conciencia, en definitiva nunca puede ser un conocimiento ético o político. El conocimiento obtenido mediante fotografías fijas siempre consisitirá en una suerte de sentimentalismo, sea cínico o humanista. Será un conocimiento a precios de liquidación: un simulacro de conocimiento, un simulacro de sabiduría, como el acto de fotografiar es un simulacro de posesión, un simulacro de violación. El silencio mismo de lo que, hipotéticamente, es comprensible en las fotografías constituye su atractivo y provocación. La omnipresencia de las fotografías ejerce un efecto incalculable en nuestra sensibilidad ética. Al poblar este mundo ya abarrotado con su duplicado en imágenes, la fotografía nos persuade de que el mundo está más disponible de lo que está en realidad.
La necesidad de confirmar la realidad y dilatar la experiencia mediante fotografías es un consumismo estético al que hoy todos son adictos. Las sociedades industriales transforman a sus ciudadanos en yonquis de las imágenes; es la forma más irresistible de contaminación mental. El anhelo profundo de belleza, de un término al sondeo bajo la superficie, de una redención y celebración del cuerpo del mundo, todos estos elementos eróticos se afirman en el placer que nos brindan las fotografías. Pero también se expresan otros sentimientos menos liberadores. No sería erróneo hablar de una compulsión a fotografiar: a transformar la experiencia misma en una manera de ver. En lo fundamental, tener una experiencia se transforma en algo idéntico a fotografiarla, y la participación en un acontecimiento público equivale cada vez más a mirarlo en forma de fotografía. El más lógico de los estetas del siglo XIX, Mallarmé, afirmó que en el mundo todo existe para culminar en un libro. Hoy todo existe para culminar en una fotografía.
martes, octubre 14, 2008
Los Amantes
¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
viernes, septiembre 19, 2008
Conversaciones I
Tengo la extraña sensación de que todas las demandas que me asaltan respecto a mi vida no son más que un cliché pautado, la más sofisticada forma de esclavismo. Tienes que estudiar, estudiar y estudiar, y volver a estudiar para estar preparado; una vez lo estés deberás volver a estudiar y especializarte y devolver a la Matriz todo lo bueno que ella te ha dado. No te tuerzas, y si lo haces ten esto presente, pues correrías el riesgo de ser un apestado. Eres libre de serlo, pero es objetivo que nadie desea ser un apestado.
Es ahí cuando sientes ser esclavo de ti mismo, de la verdad central heredada por los siglos de los siglos, de la moral y las expectativas que vertebran tu verdad y que te azotan como un látigo cuando osas explorar la oscuridad de tu corazón y que intuyes en todos los otros. Llegados a este punto, comienzas a ver y escuchar y te yergues para aprender a andar, siempre sólo, pues se camina en soledad aún cuando hay otros a tu lado o asidos de tu mano, y empiezas a entender qué es ser un hombre, no más o menos, mejor o peor, mediocre o brillante, un hombre nada más. Hombre de caña que piensa, ríe y ama, come, calla, durme, llora y caga y que, como cualquier otro, terminará. Perdiendo exactamente lo que todos y cada uno de los hombres pierden al terminar.
Yo hace un tiempo sentí ésto y ahora te lo digo a tí, amigo, que eres al menos tan consciente como yo de lo que ocurre.
martes, septiembre 09, 2008
Sturm
Cántame de nuevo flaca
en esta noche de tormenta.
Qué no me duerma ya jamás
sin el son vivo de tu voz negra.
Dime esa nanita caribeña,
oda santa de azúcar de caña.
Dímela allí desde tu tierra
que llegas, suenas, canta.
Esta noche no habrá guerras
se oxidarán todas las armas,
ni miedo habrá a la tormenta
en New York o en Casablanca
en Sevilla o en Cartagena
porque eres tú la que canta.
en esta noche de tormenta.
Qué no me duerma ya jamás
sin el son vivo de tu voz negra.
Dime esa nanita caribeña,
oda santa de azúcar de caña.
Dímela allí desde tu tierra
que llegas, suenas, canta.
Esta noche no habrá guerras
se oxidarán todas las armas,
ni miedo habrá a la tormenta
en New York o en Casablanca
en Sevilla o en Cartagena
porque eres tú la que canta.
jueves, agosto 28, 2008
Concupiscencia I
He abandonado el onanismo sistemático del mono loco, la práctica masturbatoria y recreativa engendrada por la mera costumbre del que yace solo, hija oscura e inconfesable del tedio, narcótica huida malcomplaciente de una oquedad tan mía como sus manos cómplices. Soñar es más verdad que ver por los ojos o eyacular desaforado. No te extraño, acaso te recuerdo, te encuentro en la diaria muerte, en el laberinto intermitente del reino de Morfeo donde te cojo y te recojo y te beso entre las piernas por delante y por detrás con mi lengua bífida interminablemente, cunnilingus literario y polícromo: ámbar, ébano, pardo, rojizo, laurel, castaño, canela, avellana, gamuza, tabaco, alheña, bronce, platino, melocotón, ceniza, fuego y gris ratón son los colores de tu coño. Te plazco a duermevela y me descubro desnudo una noche tras otra, imposiblemente tendido boca abajo mientras jadeo salivoso como un perro pauloviano, y te pienso a lo lejos y te siento temblar como la luna en el agua. Me rehabilito, me cura el alma volver a follarte...heal me my darling, heal me, my darling...
martes, agosto 26, 2008
La llamada de la selva
Hay un éxtasis que señala la cúspide de la vida, más allá de la cual la vida no puede elevarse. Pero la paradoja de la vida es tal que ese éxtasis se presenta cuando uno está vivo, y se presenta como un olvido total de que se está vivo. Ese éxtasis, ese olvido de la existencia, alcanza al artista, convirtiéndolo en una llama de pasión. Alcanza al soldado, que en el ardor de la batalla ni pide ni da tregua, y alcanzó a Buck que corría al frente de la jauría lanzando el atávico grito de los lobos y pugnando por atrapar la presa que huía a la luz de la luna. Estaba surcando los abismos de su especie y de las generaciones más remotas, estaba retornando al seno del Tiempo. Estaba dominado por el puro éxtasis de la vida, por la oleada de la existencia, por el goce perfecto de cada músculo, de cada articulación, de cada nervio, y todo era alborozo y delirio, expresión en sí misma del movimiento que lo hacía correr triunfante bajo la luz de las estrellas y sobre la materia inerte y helada.
sábado, agosto 16, 2008
viernes, agosto 15, 2008
jueves, agosto 07, 2008
Desiderata
Camina plácido entre el ruido y la prisa y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. En cuanto te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara; y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante; también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las personas agresivas y ruidosas, pues son un fastidio para el espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado, pues siempre habrá personas mas grandes y mas pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes. Mantén el interés en tu propia carrera por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar del tiempo. Se cauto en los negocios, el mundo esta lleno de engaños; mas no dejes que esto te deje ciego para la virtud que existe. Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales, y por doquier la vida esta llena de heroísmo. Se sincero contigo mismo. En especial, no finjas el afecto; tampoco seas cínico en cuanto al amor; pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la hierba. Acata dócilmente el consejo de los años, y abandona con donaire las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja en las adversidades repentinas, pero no te afligas imaginando fantasmas. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Sobre una sana disciplina se benigno contigo mismo. Tú eres una criatura del universo, no menos que las árboles y las estrellas; tienes derecho a existir. Y sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera. Por eso debes estar en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de Él, y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones. Coserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida. Aún con toda su farsa, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Sé alegre. Esfuérzate por ser feliz.
jueves, julio 17, 2008
Vuelta
Miraba a un lado y a otro, un tanto agobiado. Cogió un pequeño papel gastado del suelo, lo miró un par de veces y lo escrutó como si leyese un antiguo códice. Volvió a tirarlo, dejándolo abandonado en el suelo en el que se encontraba segundos antes. Alguien le empujó levemente, un simple roce en el hombro sin importancia alguna que le hizo estremecerse. Un escalofrío gradual le recorrió lentamente.
Gentes que corrían hacía puntos diversos, rápidas, con objetivos fijos, la mañana en la ciudad era de ese modo. No había lugar alguno para la contemplación, olvidada compañera del hombre. No era bueno pararte a pensar en nada, podrías perder el metro.
Llevaba cerca de diez minutos en la puerta de aquel edificio. Era del tipo de cristal que parece un espejo, con un tono azul oscuro metalizado, ese que hace que te quedes fijamente mirándote como un imbécil antes de entrar. Un edificio áspero y huraño, no quería dejar intuir lo que se esconde en su interior.
Ese era su lugar de trabajo, su oficina podría ser llamado. Trabajaba allí hacía cerca de un año. El primer día le pareció un sitio interesante, un lugar importante donde trabajar. Había hecho un máster el año anterior allí en Madrid y comenzaba entonces una nueva etapa totalmente diferente a cualquier otra, entraba en contacto con el mundo del trabajo, de la empresa, comenzaba a formar parte del engranaje. Carreras siempre, para llegar a tiempo, para llegar más alto, para engordar antes la cuenta del banco. Eres lo que corres, no te pares.
En la ciudad en la que estudió, en la que creció y se hizo una persona, todo era más pausado, al menos lo parecía en el momento de la vida que le tocó vivir allí. Podías llegar tarde a la mayoría de los sitios, y siempre te esperaba un amigo. En aquella ciudad aprendió que uno tiene que correr para sí mismo, sin mirar lo que corren los demás, lo demás es vanidad y la diferencia entre ser libre o un esclavo.
Empujó la puerta de cristal y se dirigió hacia el ascensor que se encontraba a la izquierda, había que pasar delante del de seguridad. Lo saludó haciendo un pequeño ademán con la mano derecha, entre un saludo y el gesto de llamar a un taxi. El ascensor se llenó rápidamente, cinco o seis caras conocidas. Intercambió unos buenos días; gastados le parecieron.
En su oficina estaban, como día tras día, a la derecha María y Eusebio, enfrente junto a la ventana, Luis. –Buenas-, varias horas frente al ordenador, correos que responder, un poco de periódico digital, teléfono, eso le esperaba aquella mañana.
Se sentó en su silla gris de ruedas giratorias y respaldo que se inclinaba al apoyarse sobre él. Comenzó a leer algunos correos electrónicos, tenía sueño, estaba cansado muy cansado. Una suave música sonaba a lo lejos, parecía que alguna voz la acompañase cantando, sí alguien cantaba. En italiano, debía ser italiano. Una voz grave y asentada de tenor, las eres eran sonoras y vibrantes, la música deliciosa. Era una ópera. Decidió ir a buscar la fuente de aquella maravillosa música y se levantó. Era extraño sus compañeros no estaban. -Quizás sea Mozart- pensó. Salió al pasillo enmoquetado, no había nadie. La música parecía provenir de más arriba. El ascensor no funcionaba, subió por la escalera pensando que era la primera vez que la utilizaba. Siguió subiendo hasta la última planta, la música venía de arriba. Se encontró con una puerta de metal pintada de verde con una barra horizontal que servía de picaporte cerrándole el paso. Empujó la barra forrada de plástico rojo. El cielo por completo azul lo dejó anonadado durante unos segundos, el color le envolvió mientras escuchaba aquella música.
Nunca había estado en la azotea, era mucho mejor de lo que hubiese podido imaginar alguna vez, estaba repleta de frondosas plantas, había macetas con flores por todas partes, azules, rojas, amarillas, moradas. No recordaba un jardín como ese en todo Madrid. Sobre una especie de chimenea que servía de conducto de ventilación estaba su amigo Juanma, sí, y cantaba en perfecto italiano con voz clara y profunda de tenor decimonónico. Abrió los brazos hacia él y con la mano derecha le invitó a subir.
Le parecía imposible subir hasta esa atalaya desde la que su amigo vigilaba la ciudad mientras cantaba. ¿De qué lugar provendría la música?. Sintió que comenzaba flotar, poco a poco iba elevándose. La sensación no le era del todo extraña, como si volviese a montar en bicicleta después de muchos años. Recordaba haber hecho algo parecido antes en alguna ocasión. Juanma le alargó la mano, él se la agarro con fuerza. Ya estaban juntos los dos allí arriba.
Arriba, pero ¿dónde?. El cielo no era ya azul, grandes nubes lo cubrían todo, su amigo no cantaba y no se encontraban sobre ninguna salida de aire. ¿Qué era aquello, esa cúpula catedralicia?. La había visto antes, nunca desde tan alto. Sí, y debajo de ellos ese enorme río, tan gris como el cielo. Aquel edificio de ladrillo viejo, ladrillo inglés sin duda. Estaban sobre el mismísimo Big Ben, -¿qué extraño sueño estaba viviendo?- se preguntó Evaristo.
Los dos se miraron, Evaristo tenía cara de no entender absolutamente nada. Juanma parecía estar tranquilo y no le dirigía la palabra; hubiese sido inútil pues él no sabía que decir. Bajaron primero por unas escaleras metálicas totalmente verticales, las encontraron debajo de una trampilla que estaba junto a ellos. Después de descender unos 20 metros, llegaron a un descansillo, si podía ser así llamado, un policía hacía guardia firme y orgulloso con su clásico sombrero reglamentario, tan británico. Los saludó educadamente y ellos, grandes angloparlantes, saludaron a su vez.
Al llegar abajo comenzaron a pasear en dirección a la abadía de Westminster, hacía tiempo que Evaristo no estaba por allí y le volvían a la mente recuerdos de viajes pasados. Recuerdos que estaban allí en un rincón de su cabeza y que para él eran tan reales como el taxi que le pitaba en ese momento pues había estado a punto de atropellarle. Juanma se reía de la poca pericia de Evaristo, era una risa alegre cargada de afecto, la risa de alguien ante un viejo gesto muy conocido de un gran amigo.
Evaristo se quedó absolutamente sorprendido, más si cabe, al ver sentados a Javi y Juan en un banco junto a la estatua de Winston Churchill, solemne como un emperador romano, los dos conversaban animosamente. Javi vestía un Jersey a rayas y un gorro de lana color rojo, -era un tipo alegre, siempre lo fue- pensó Juanma, parecía un marinero que acabase de llegar en algún ballenero después de tres años de travesía, rebosaba felicidad. Javi siempre era así. Juan los saludó como si los llevase esperando ya algún tiempo sonreía como él solo sabía hacerlo.
-Vamos- les gritó Javi mientras les señalaba el puente.
Más tarde Juan les contaría que había cogido el metro madrileño para ir a la clínica donde trabajaba y que, cuando creía estar llegando a su parada, dijeron por megafonía: -Trafalgar Square-. Y allí, mientras pensaba en el maldito Nelson, apareció Javi dándole un abrazo, de esos que solo él sabía dar, y se pusieron a charlar como si no hubiese pasado un solo minuto desde la última vez que se vieron. Como aquello era mucho mejor que si hubiese llegado a alguna parada de Madrid, no se planteó mucho que extraño fenómeno espacio-temporal le había colocado allí.
En el río bajo el puente un clíper, con su enorme palo mayor y las velas desplegándose lentamente, permanecía orgulloso, quieto y tranquilo, les esperaba a ellos no había duda. Era alargado y recortado como sólo esos barcos lo son, Juan recordaba que ya no quedaban muchos, quizás ninguno. Pero allí estaba aquél, recién pintado y con aquel fuerte olor a barniz, esperándoles. ¡Oh!, ¿qué era aquello en la popa?, sí era el nombre de aquella preciosa embarcación de otros tiempos menos rápidos en los que el viento transportaba a gentes y mercancías de un lugar a otro, en grandes letras azules se podía leer: EL PORVENIR.
¡Oh! dioses que regís los destinos de los mortales hombres que extraños momentos les hacéis pasar a menudo. Ese barco había sido construido para ellos en algún viejo astillero de Liverpool por rudos obreros ingleses que trabajan al son de los Beatles, Evaristo podía imaginárselos, sonaba aquella canción mientras pensaba en ellos:
He´s a real nowhere man
Sitting in his nowhere land,
Making all his nowhere plans for nobody.
Doesn´t have a point of view,
Knows not where he´s going to,
Isn´t he a bit like you and me?
Nowhere man, please listen, you don´t know
What you´re missing,
Nowhere man, the world is at your command.
He´s as blind as he can be,
Just sees what he wants to see,
Nowhere man can you see me at all?
Nowhere man, don´t worry,
Take your time, don´t hurry,
Leave it all till somebody else lends you a hand.
Sobre la cubierta junto a una docena de barriles de roble repletos de ron se encontraba el capitán de aquella embarcación, estaba de espaldas y vestía un largo abrigo azul marino, desde donde ellos estaban podían verlo bien con una frondosa barba. Se dio la vuelta saludándolos, ¿pero qué era todo aquello?, no era otro que Enrique. ¿Quién mejor que él para ser su capitán en una larga travesía? En su boca exhibía orgulloso la pipa que Evaristo le había traído de tierra cubana hacía pocos años, con la mano izquierda les animaba a subir a bordo.
La pasarela crujía y alguno de ellos pasó cierto miedo al cruzarla. La cubierta estaba perfectamente ordenada y extremadamente limpia, el olor a madera recordaba a bar inglés y, bueno, también un tirador de cerveza junto al palo mayor ayudaba a parecerlo. Javi miró hacia arriba y pudo ver un largo gallardete, el gallardete del capitán, que ondeaba en lo más alto, era rojo.
-Bienvenidos a bordo- les saludó Enrique.-Os tengo preparado una frugal comida, quizás tengáis hambre-.
¿Frugal una comida organizada por Enrique?, imposible-pensó Juan. Anfitrión sin igual era su amigo Enrique y estaba completamente seguro que les habría preparado algo digno de él.
Así fue. Comieron, bebieron, fumaron, rieron y volvieron a beber. Estuvieron recordando hazañas y peripecias de cada uno de ellos, tenían cientos que contar. Podríamos haber escrito un gran libro con apenas una docena de ellas. Las recordaban como el soldado que recuerda la batalla ganada, eran historias tan suyas como podían serlo sus manos, formaban parte de su propia mitología. Creaban un nexo invisible pero no por ello menos fuerte entre todos ellos.
Cerveza y vino, vino y cerveza, whiskies, rones, no le hicieron ascos a nada. Bebían como grandes amigos que se vuelven a encontrar, eso era digno de celebrarse. ¿No bebemos en las bodas de familiares casi desconocidos y en comuniones y bautizos?, ¿cómo no iban a beber y alegrarse aquellos jóvenes amigos por estar juntos?, ¿acaso existe mayor motivo de alegría?.
Cuando despertaron a la mañana siguiente, no había ya ningún río ni ninguna ciudad. Se encontraban en mitad del océano, a lo lejos una ballena escupía agua en un inmenso chorro. Evaristo miró a un lado y a otro esperando encontrarse a Herman Melville preparando su arpón, o a Ismael quizás, puestos a imaginar. Se quedó mirando durante horas el mar infinito. ¡Qué diferente aquello a la ciudad!, y era igual de real. Igual no, más real que todo lo que le rodeaba en Madrid. Las ciudades dejarían de existir pero aquel mar seguiría estando allí. Se sintió muy pequeño, sintió pena por todos los que se pavonean por la Feria de las Vanidades:
En ella se come y se bebe en exceso, se ama y se coquetea, se ríe y se llora, se fuma, se tima, se riñe, se baila y se juega; hay bravucones agresivos, petimetres que se comen con los ojos a las damas; rateros, alguaciles al acecho, charlatanes (¡cuánto charlatán detestable!) vociferando ante sus barracas y papanatas que miran boquiabiertos a las bailarinas brillantes de lentejuelas y a los pobres saltimbanquis embadurnados de bermellón, mientras los largos dedos les aligeran los bolsillos. Tal es la Feria de las Vanidades. No se trata de un centro moral, desde luego, ni de un lugar de recreo, sino de un espacio con mucho ruido. Observad la cara de los actores y bufones cuando acaban de representar su papel…
La tristeza le invadió por todos aquellos que malgastaban su vida en malas palabras y feos gestos. Que se consumían por papeles gastados de aburridos colores, miró hacia atrás y allí estaban sus amigos de nuevo hablando de sus cosas. Estaban allí en medio de aquel inmenso mar, y no necesitaban ninguna cosa más.
Durante un par de días navegaron con aguas tranquilas y serenas al igual que el ánimo de cada uno de ellos. Al tercer día Enrique les avisó de que estaban llegando. Y allí pudieron ver la desembocadura del río de su ciudad, tan diferente. Las gaviotas volaban alrededor de los tres palos del Porvenir, les acompañaron durante toda la travesía a lo largo del río, les acompañaban a casa.
Pasaron la esclusa y el primero de los puentes, después de una hora comenzaron a ver los altos árboles del Parque de María Luisa, en el muelle había una gran multitud. Estaban allí, Carolo, Diego, Gollo, Joaquín, Abel, Víctor, Carlos, Ale, Nacho, Juan Carlos. Allí estaban, y muchos más, Isa y Manolo, Carlota y Jesús con Blanca, Jaime, Ángela, incluso las hermanas de Juan. Sí estaban también las dos Mari Carmen y Jesús, Javier y Gracia, Juanma y Ángela, Isabel y Enrique. Y muchos más amigos de todos los rincones de la ciudad. Parecían que estaban celebrando una gran fiesta, había tantos que sería aburrido que pusiese aquí todos sus nombres.
Y recuerdo que les gritaba: -¡Volved amigos, volved!, no os marchéis nunca más.- Sí yo les gritaba aquello con lágrimas en los ojos, lágrimas de felicidad.
Esto es lo que pasó y os lo he contado tal como ellos me lo contaron a mí, bueno y como lo poco que yo vi. Volved amigos, volved…
Fernando Ollero Ojeda
Gentes que corrían hacía puntos diversos, rápidas, con objetivos fijos, la mañana en la ciudad era de ese modo. No había lugar alguno para la contemplación, olvidada compañera del hombre. No era bueno pararte a pensar en nada, podrías perder el metro.
Llevaba cerca de diez minutos en la puerta de aquel edificio. Era del tipo de cristal que parece un espejo, con un tono azul oscuro metalizado, ese que hace que te quedes fijamente mirándote como un imbécil antes de entrar. Un edificio áspero y huraño, no quería dejar intuir lo que se esconde en su interior.
Ese era su lugar de trabajo, su oficina podría ser llamado. Trabajaba allí hacía cerca de un año. El primer día le pareció un sitio interesante, un lugar importante donde trabajar. Había hecho un máster el año anterior allí en Madrid y comenzaba entonces una nueva etapa totalmente diferente a cualquier otra, entraba en contacto con el mundo del trabajo, de la empresa, comenzaba a formar parte del engranaje. Carreras siempre, para llegar a tiempo, para llegar más alto, para engordar antes la cuenta del banco. Eres lo que corres, no te pares.
En la ciudad en la que estudió, en la que creció y se hizo una persona, todo era más pausado, al menos lo parecía en el momento de la vida que le tocó vivir allí. Podías llegar tarde a la mayoría de los sitios, y siempre te esperaba un amigo. En aquella ciudad aprendió que uno tiene que correr para sí mismo, sin mirar lo que corren los demás, lo demás es vanidad y la diferencia entre ser libre o un esclavo.
Empujó la puerta de cristal y se dirigió hacia el ascensor que se encontraba a la izquierda, había que pasar delante del de seguridad. Lo saludó haciendo un pequeño ademán con la mano derecha, entre un saludo y el gesto de llamar a un taxi. El ascensor se llenó rápidamente, cinco o seis caras conocidas. Intercambió unos buenos días; gastados le parecieron.
En su oficina estaban, como día tras día, a la derecha María y Eusebio, enfrente junto a la ventana, Luis. –Buenas-, varias horas frente al ordenador, correos que responder, un poco de periódico digital, teléfono, eso le esperaba aquella mañana.
Se sentó en su silla gris de ruedas giratorias y respaldo que se inclinaba al apoyarse sobre él. Comenzó a leer algunos correos electrónicos, tenía sueño, estaba cansado muy cansado. Una suave música sonaba a lo lejos, parecía que alguna voz la acompañase cantando, sí alguien cantaba. En italiano, debía ser italiano. Una voz grave y asentada de tenor, las eres eran sonoras y vibrantes, la música deliciosa. Era una ópera. Decidió ir a buscar la fuente de aquella maravillosa música y se levantó. Era extraño sus compañeros no estaban. -Quizás sea Mozart- pensó. Salió al pasillo enmoquetado, no había nadie. La música parecía provenir de más arriba. El ascensor no funcionaba, subió por la escalera pensando que era la primera vez que la utilizaba. Siguió subiendo hasta la última planta, la música venía de arriba. Se encontró con una puerta de metal pintada de verde con una barra horizontal que servía de picaporte cerrándole el paso. Empujó la barra forrada de plástico rojo. El cielo por completo azul lo dejó anonadado durante unos segundos, el color le envolvió mientras escuchaba aquella música.
Nunca había estado en la azotea, era mucho mejor de lo que hubiese podido imaginar alguna vez, estaba repleta de frondosas plantas, había macetas con flores por todas partes, azules, rojas, amarillas, moradas. No recordaba un jardín como ese en todo Madrid. Sobre una especie de chimenea que servía de conducto de ventilación estaba su amigo Juanma, sí, y cantaba en perfecto italiano con voz clara y profunda de tenor decimonónico. Abrió los brazos hacia él y con la mano derecha le invitó a subir.
Le parecía imposible subir hasta esa atalaya desde la que su amigo vigilaba la ciudad mientras cantaba. ¿De qué lugar provendría la música?. Sintió que comenzaba flotar, poco a poco iba elevándose. La sensación no le era del todo extraña, como si volviese a montar en bicicleta después de muchos años. Recordaba haber hecho algo parecido antes en alguna ocasión. Juanma le alargó la mano, él se la agarro con fuerza. Ya estaban juntos los dos allí arriba.
Arriba, pero ¿dónde?. El cielo no era ya azul, grandes nubes lo cubrían todo, su amigo no cantaba y no se encontraban sobre ninguna salida de aire. ¿Qué era aquello, esa cúpula catedralicia?. La había visto antes, nunca desde tan alto. Sí, y debajo de ellos ese enorme río, tan gris como el cielo. Aquel edificio de ladrillo viejo, ladrillo inglés sin duda. Estaban sobre el mismísimo Big Ben, -¿qué extraño sueño estaba viviendo?- se preguntó Evaristo.
Los dos se miraron, Evaristo tenía cara de no entender absolutamente nada. Juanma parecía estar tranquilo y no le dirigía la palabra; hubiese sido inútil pues él no sabía que decir. Bajaron primero por unas escaleras metálicas totalmente verticales, las encontraron debajo de una trampilla que estaba junto a ellos. Después de descender unos 20 metros, llegaron a un descansillo, si podía ser así llamado, un policía hacía guardia firme y orgulloso con su clásico sombrero reglamentario, tan británico. Los saludó educadamente y ellos, grandes angloparlantes, saludaron a su vez.
Al llegar abajo comenzaron a pasear en dirección a la abadía de Westminster, hacía tiempo que Evaristo no estaba por allí y le volvían a la mente recuerdos de viajes pasados. Recuerdos que estaban allí en un rincón de su cabeza y que para él eran tan reales como el taxi que le pitaba en ese momento pues había estado a punto de atropellarle. Juanma se reía de la poca pericia de Evaristo, era una risa alegre cargada de afecto, la risa de alguien ante un viejo gesto muy conocido de un gran amigo.
Evaristo se quedó absolutamente sorprendido, más si cabe, al ver sentados a Javi y Juan en un banco junto a la estatua de Winston Churchill, solemne como un emperador romano, los dos conversaban animosamente. Javi vestía un Jersey a rayas y un gorro de lana color rojo, -era un tipo alegre, siempre lo fue- pensó Juanma, parecía un marinero que acabase de llegar en algún ballenero después de tres años de travesía, rebosaba felicidad. Javi siempre era así. Juan los saludó como si los llevase esperando ya algún tiempo sonreía como él solo sabía hacerlo.
-Vamos- les gritó Javi mientras les señalaba el puente.
Más tarde Juan les contaría que había cogido el metro madrileño para ir a la clínica donde trabajaba y que, cuando creía estar llegando a su parada, dijeron por megafonía: -Trafalgar Square-. Y allí, mientras pensaba en el maldito Nelson, apareció Javi dándole un abrazo, de esos que solo él sabía dar, y se pusieron a charlar como si no hubiese pasado un solo minuto desde la última vez que se vieron. Como aquello era mucho mejor que si hubiese llegado a alguna parada de Madrid, no se planteó mucho que extraño fenómeno espacio-temporal le había colocado allí.
En el río bajo el puente un clíper, con su enorme palo mayor y las velas desplegándose lentamente, permanecía orgulloso, quieto y tranquilo, les esperaba a ellos no había duda. Era alargado y recortado como sólo esos barcos lo son, Juan recordaba que ya no quedaban muchos, quizás ninguno. Pero allí estaba aquél, recién pintado y con aquel fuerte olor a barniz, esperándoles. ¡Oh!, ¿qué era aquello en la popa?, sí era el nombre de aquella preciosa embarcación de otros tiempos menos rápidos en los que el viento transportaba a gentes y mercancías de un lugar a otro, en grandes letras azules se podía leer: EL PORVENIR.
¡Oh! dioses que regís los destinos de los mortales hombres que extraños momentos les hacéis pasar a menudo. Ese barco había sido construido para ellos en algún viejo astillero de Liverpool por rudos obreros ingleses que trabajan al son de los Beatles, Evaristo podía imaginárselos, sonaba aquella canción mientras pensaba en ellos:
He´s a real nowhere man
Sitting in his nowhere land,
Making all his nowhere plans for nobody.
Doesn´t have a point of view,
Knows not where he´s going to,
Isn´t he a bit like you and me?
Nowhere man, please listen, you don´t know
What you´re missing,
Nowhere man, the world is at your command.
He´s as blind as he can be,
Just sees what he wants to see,
Nowhere man can you see me at all?
Nowhere man, don´t worry,
Take your time, don´t hurry,
Leave it all till somebody else lends you a hand.
Sobre la cubierta junto a una docena de barriles de roble repletos de ron se encontraba el capitán de aquella embarcación, estaba de espaldas y vestía un largo abrigo azul marino, desde donde ellos estaban podían verlo bien con una frondosa barba. Se dio la vuelta saludándolos, ¿pero qué era todo aquello?, no era otro que Enrique. ¿Quién mejor que él para ser su capitán en una larga travesía? En su boca exhibía orgulloso la pipa que Evaristo le había traído de tierra cubana hacía pocos años, con la mano izquierda les animaba a subir a bordo.
La pasarela crujía y alguno de ellos pasó cierto miedo al cruzarla. La cubierta estaba perfectamente ordenada y extremadamente limpia, el olor a madera recordaba a bar inglés y, bueno, también un tirador de cerveza junto al palo mayor ayudaba a parecerlo. Javi miró hacia arriba y pudo ver un largo gallardete, el gallardete del capitán, que ondeaba en lo más alto, era rojo.
-Bienvenidos a bordo- les saludó Enrique.-Os tengo preparado una frugal comida, quizás tengáis hambre-.
¿Frugal una comida organizada por Enrique?, imposible-pensó Juan. Anfitrión sin igual era su amigo Enrique y estaba completamente seguro que les habría preparado algo digno de él.
Así fue. Comieron, bebieron, fumaron, rieron y volvieron a beber. Estuvieron recordando hazañas y peripecias de cada uno de ellos, tenían cientos que contar. Podríamos haber escrito un gran libro con apenas una docena de ellas. Las recordaban como el soldado que recuerda la batalla ganada, eran historias tan suyas como podían serlo sus manos, formaban parte de su propia mitología. Creaban un nexo invisible pero no por ello menos fuerte entre todos ellos.
Cerveza y vino, vino y cerveza, whiskies, rones, no le hicieron ascos a nada. Bebían como grandes amigos que se vuelven a encontrar, eso era digno de celebrarse. ¿No bebemos en las bodas de familiares casi desconocidos y en comuniones y bautizos?, ¿cómo no iban a beber y alegrarse aquellos jóvenes amigos por estar juntos?, ¿acaso existe mayor motivo de alegría?.
Cuando despertaron a la mañana siguiente, no había ya ningún río ni ninguna ciudad. Se encontraban en mitad del océano, a lo lejos una ballena escupía agua en un inmenso chorro. Evaristo miró a un lado y a otro esperando encontrarse a Herman Melville preparando su arpón, o a Ismael quizás, puestos a imaginar. Se quedó mirando durante horas el mar infinito. ¡Qué diferente aquello a la ciudad!, y era igual de real. Igual no, más real que todo lo que le rodeaba en Madrid. Las ciudades dejarían de existir pero aquel mar seguiría estando allí. Se sintió muy pequeño, sintió pena por todos los que se pavonean por la Feria de las Vanidades:
En ella se come y se bebe en exceso, se ama y se coquetea, se ríe y se llora, se fuma, se tima, se riñe, se baila y se juega; hay bravucones agresivos, petimetres que se comen con los ojos a las damas; rateros, alguaciles al acecho, charlatanes (¡cuánto charlatán detestable!) vociferando ante sus barracas y papanatas que miran boquiabiertos a las bailarinas brillantes de lentejuelas y a los pobres saltimbanquis embadurnados de bermellón, mientras los largos dedos les aligeran los bolsillos. Tal es la Feria de las Vanidades. No se trata de un centro moral, desde luego, ni de un lugar de recreo, sino de un espacio con mucho ruido. Observad la cara de los actores y bufones cuando acaban de representar su papel…
La tristeza le invadió por todos aquellos que malgastaban su vida en malas palabras y feos gestos. Que se consumían por papeles gastados de aburridos colores, miró hacia atrás y allí estaban sus amigos de nuevo hablando de sus cosas. Estaban allí en medio de aquel inmenso mar, y no necesitaban ninguna cosa más.
Durante un par de días navegaron con aguas tranquilas y serenas al igual que el ánimo de cada uno de ellos. Al tercer día Enrique les avisó de que estaban llegando. Y allí pudieron ver la desembocadura del río de su ciudad, tan diferente. Las gaviotas volaban alrededor de los tres palos del Porvenir, les acompañaron durante toda la travesía a lo largo del río, les acompañaban a casa.
Pasaron la esclusa y el primero de los puentes, después de una hora comenzaron a ver los altos árboles del Parque de María Luisa, en el muelle había una gran multitud. Estaban allí, Carolo, Diego, Gollo, Joaquín, Abel, Víctor, Carlos, Ale, Nacho, Juan Carlos. Allí estaban, y muchos más, Isa y Manolo, Carlota y Jesús con Blanca, Jaime, Ángela, incluso las hermanas de Juan. Sí estaban también las dos Mari Carmen y Jesús, Javier y Gracia, Juanma y Ángela, Isabel y Enrique. Y muchos más amigos de todos los rincones de la ciudad. Parecían que estaban celebrando una gran fiesta, había tantos que sería aburrido que pusiese aquí todos sus nombres.
Y recuerdo que les gritaba: -¡Volved amigos, volved!, no os marchéis nunca más.- Sí yo les gritaba aquello con lágrimas en los ojos, lágrimas de felicidad.
Esto es lo que pasó y os lo he contado tal como ellos me lo contaron a mí, bueno y como lo poco que yo vi. Volved amigos, volved…
Fernando Ollero Ojeda
jueves, julio 10, 2008
martes, junio 24, 2008
lunes, junio 16, 2008
Heathrow 16:15
La noche pasó rauda, cansada, apática a la vez que risueña. Viejos amigos, los amigos, aunque faltaban unos tantos. Luego el deseo, fuego incandescente, fatuas sensaciones. El olor de la autenticidad revistió mi cama; tu piel, sábanas de cielo; tu boca, carnosa, manantial inagotable del que brotan tus vigorosos ósculos.
Entrega sin fisuras, juanramoniana firmeza la de tus manos que ya siento tan lejos aunque están presentes, presentísimas en mi cuerpo y mi rostro. Ya el lecho descansará de vaivenes. Cesarán las intermitentes pasiones, las noches de ardor etílico, de tez sórdida o de límpida tez. Más la entraña no cesa. El recuerdo es ayer, sustento de la bestia adormecida. Tus besos, abrasivos, inolvidables, eternos para ti y para mi...ambos lo sabemos. Lo demás ya no importa.
Entrega sin fisuras, juanramoniana firmeza la de tus manos que ya siento tan lejos aunque están presentes, presentísimas en mi cuerpo y mi rostro. Ya el lecho descansará de vaivenes. Cesarán las intermitentes pasiones, las noches de ardor etílico, de tez sórdida o de límpida tez. Más la entraña no cesa. El recuerdo es ayer, sustento de la bestia adormecida. Tus besos, abrasivos, inolvidables, eternos para ti y para mi...ambos lo sabemos. Lo demás ya no importa.
02-07-2005
viernes, junio 06, 2008
Mujer Lejana
Esta mujer cabe en mis manos.
Es blanca y rubia, y en mis manos la llevaría como a una cesta de
magnolias.
Esta mujer cabe en mis ojos.
La envuelven mis miradas, mis miradas que nada ven cuando la
envuelven.
Esta mujer cabe en mis deseos.
Desnuda está bajo la anhelante llamarada de mi vida y la quema mi deseo como una brasa.
Pero, mujer lejana, mis manos, mis ojos y mis deseos
te guardan entera su caricia
por que sólo tú, mujer lejana, sólo tu cabes en mi corazón.
Pablo Neruda ''Para nacer he nacido''
viernes, mayo 30, 2008
Tóxica
Las aves de la noche se alimentan de luciérnagas y roedores. Abren sus alas y se precipitan en un vuelo terrible: precisan su alimento y matan para conseguirlo. No son maléficas empero, necesitan comer para seguir vivas. Bien podrían abandonarse y elegir la inanición, más eso no sería propio de su especie: las aves de la noche nunca se han saciado con hierbas o helechos. Es la sangre, la sangre la que lustra su plumaje, la sangre la que aviva su mirada torva, asesina, tóxica.
jueves, mayo 22, 2008
El Hombre Invisible
"Soy un hombre invisible. No, no soy un fantasma como los de Edgar Allan Poe, ni tampoco un ectoplasma a lo Hollwyood. Soy un hombre de sustancia, de carne y hueso con fibras y líquidos en el cuerpo, incluso diría que poseo una mente. Soy invisible porque la gente se niega a verme. Como las cabezas sin cuerpos que se ven en los espectáculos circenses a veces, me parece que estoy rodeado de espejos con un cristal duro que me devuelven una imagen que no es la mía. Es solo mi silueta lo que ve la gente cuando se acerca, o a ellos mismos, o fragmentos de su imaginacion, cualquier cosa, menos a mi."
Ralph Ellison
Ralph Ellison
viernes, mayo 02, 2008
Transfiguración
Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que no se dirige hacia un punto de destino pues no lo hay. Mirará, sin embargo, con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en el mundo; asimismo, no deberá atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza: es preciso que tenga también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará, hallará cerrada la puerta de la ciudad que había de darle cobijo; tal vez incluso como en oriente, el desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan pronto lejos como cerca, se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben sus acémilas. Quizá entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, mas bellaquería y más inseguridad aún que ante su puerta, por lo que el día será para él casi peor que la noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la niebla de la montaña a los coros de las musas que le rozan al danzar; más tarde sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se pasee bajo los árboles, verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como él, con su forma de ser unas veces gozosa y otra meditabunda, caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana temprana, piensan qué es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima campanadas del reloj, una faz tan pura, tan llena de luz y de claridad serena y transfiguradora: buscan la filosofía de la mañana.
Humano demasiado humano (F.N.)
Humano demasiado humano (F.N.)
lunes, marzo 31, 2008
Miopía
¡Ay, vivir un poema de nuevas alegrías, siempre!
¡Danzar, aplaudir, exultar, gritar, saltar, brincar,
seguir viviendo, seguir flotando!
Ser marinero del mundo, en dirección a todos los
puertos.
Ser un barco (mirad las velas que extiendo al sol
y al aire).
Un barco desbordante y raudo, lleno de palabras
ricas, lleno de alegrías.
Acaso dudas que prefiero la alegría a la tristeza, la serenidad a la angustía, el ánimo a la depresión, la exaltación a la melancolía, el amor a la envidia, la generosidad al odio, la intrepidez a la medrosidad. Mira a mi alrededor y dime qué ves. No necesito perdonarme, ya he conseguido entenderlo: la luz se fue al querer verlo todo a través de tus ojos miopes.
sábado, marzo 22, 2008
Zara
-¿No puede hablar con nosotros?- preguntó Marcelo.
-Ella no tiene derecho-.
Pero Buzara sí habló con nosotros. Pagó los 50 dirhams para andar con extranjeros, la tarifa que entre risas le solicitaron los gendarmes de gris que custodiaban la entrada porticada del Banc de Maroc. Los fieles terminaban la oración y la Grand Place de Marrakech bullía con aquel soniquete hipnótico que nos aturdía como a las cobras.
Buzara era una señorita muy amable. Había marchado a Modena hacía unos años cuando murieron sus padres; sus raíces entonces las llevó consigo. Rondaba la treintena, pero a diferencia de algunas de las mujeres con las que andábamos en Madrid por aquellos tiempos, Zara, como nos pidió que la llamásemos, miraba con la ilusión de una quinceañera, con esa frescura de quien siente tenerlo todo por descubrir.
La cena fue en Dar Essalam, -de Señores- como demandaba Marcelo. Todo era muy fácil entre nosotros. Cualquier decisión era válida y abrazada por todos como propia. Siempre nos había gustado trabajar como un equipo, juntos en la subida y en la bajada, en los días cálidos y en las tardes solitarias -Basket Lavapiés-, así se nos conoció esos años. El restaurante resultó majestuoso: un increíble palacio colmado de plata, con las paredes repletas de aquellas abundantes lacerías que siempre me habían fascinado del arte árabe. A Antón le inspiraba más recordar a James Stewart, desesperado por encontrar a su hijo en El hombre que sabía demasiado, que como nos relató el Apoderado había sido rodada en aquel lugar medio siglo antes.
Encargamos varias cervezas: era una de esas noches para brindar, y Zara lo celebró con agua. Nos homenajeamos. Cous cous y kefta, como no, pastila, harira y tajin de pollo con aceitunas, té moruno a los postres. Zara se animó a bailar al son de los laudes y aunque tímidamente, no dudó en expresar su comunión con la fiesta.
Esa noche Zara durmió con la ventana entreabierta. Mientras Antón, el Pesca y yo mismo nos purgábamos en un psicoanálisis de risas y rones sin hielo, dos pisos más abajo, nuestra nueva amiga escuchaba en silencio, agradecida y risueña, partícipe como era de nuestra libertad, esa que en la medina de Marrakech cuesta 5 euros a una italiana de Casablanca.
miércoles, marzo 12, 2008
miércoles, marzo 05, 2008
La caída de Ícaro
1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Los atardeceres se suceden,
Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.
También un gesto inexplicable,
díscolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.
Lo quieto de las cosas
en el atardecer. La quietud,
por ejemplo, de los edificios.
El ensombrecimiento
mudo y apagado.
Como ojos,
dos piedras azules me miran
desde un anillo.
Los anillos
cuidadosamente extraídos
al final.
Como aquél de azabache y plata
o este otro de un pálido, pálido rosa.
Rostros y luces
nítidamente se reflejan en él.
En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
Es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.
Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.
Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.
2
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo sólo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
Olvido García Valdés (Exposición)
jueves, febrero 28, 2008
28 de febrero
A lo lejos puedo oír el murmullo de los niños, parloteando con sus voces vivarachas que colorean recuerdos de patio de colegio. Las aulas vacías con pupitres sin silla, cuadros verdeazules y holgadas blusas de algodón blanco, los naranjos escorzados, las paredes de ladrillo que esconden con arrullo sonrisas y bostezos. La mañana es clara, ha de serlo. Puedo ver todos esos rostros, alegres, tan distintos y tan iguales. A penas comprenden lo que cantan y posiblemente algunos de ellos nunca lleguen a entenderlo; pero les gusta, con eso basta.
Cádiz, salada claridad; Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén. Huelva, la orilla
de las Tres Carabelas...
y Sevilla.
martes, febrero 19, 2008
jueves, febrero 14, 2008
Cuento de San Valentín
He nacido hoy de madrugada
viví mi niñez esta mañana
y sobre el mediodía
ya transitaba mi adolescencia.
Y no es que me asuste
que el tiempo se me pase tan deprisa.
Sólo me inquieta un poco pensar
que tal vez mañana
yo sea
demasiado viejo
para hacer lo que he dejado pendiente
Jorge Bucay
viví mi niñez esta mañana
y sobre el mediodía
ya transitaba mi adolescencia.
Y no es que me asuste
que el tiempo se me pase tan deprisa.
Sólo me inquieta un poco pensar
que tal vez mañana
yo sea
demasiado viejo
para hacer lo que he dejado pendiente
Jorge Bucay
martes, febrero 12, 2008
Revelación
"Existe una diferencia entre un hecho y la verdad, la verdad posee un elemento de revelación. Si algo es verdadero, hace algo más que llamarnos la atención por el mero hecho de serlo"
Lucian Freud
Lucian Freud
viernes, febrero 08, 2008
Voyage
¡Oh, Muerte, viejo capitán,ya es hora! ¡Levemos anclas!
¡Este país nos aburre, oh Muerte! ¡Despleguemos las velas!
Si el cielo y el mar son negros como la tinta,
Nuestros corazones, que tú conoces, están colmados de luz.
¡Escáncianos tu veneno para que nos reconforte!
Queremos, pues este fuego nos quema el cerebro,
Hundirnos en el abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
Hundirnos en lo Ignoto para hallar algo nuevo.
¡Este país nos aburre, oh Muerte! ¡Despleguemos las velas!
Si el cielo y el mar son negros como la tinta,
Nuestros corazones, que tú conoces, están colmados de luz.
¡Escáncianos tu veneno para que nos reconforte!
Queremos, pues este fuego nos quema el cerebro,
Hundirnos en el abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
Hundirnos en lo Ignoto para hallar algo nuevo.
martes, enero 29, 2008
Oquedad
"Nos comunica alguien su enfermedad o su revés económico, lo escuchamos, lo compadecemos, tratamos de reconfortarle y volvemos a nuestros asuntos. ¡Qué solas estamos las personas!"
lunes, enero 28, 2008
viernes, enero 25, 2008
lunes, enero 14, 2008
Caminante
"El caminante disfruta del mejor y más delicado de los placeres, porque además de saborear sabe de lo pasajero de todas las alegrías. No se queda largo tiempo mirando lo ya perdido, ni ansía echar raíces en el lugar donde una vez estuvo a gusto. Hay viajeros por placer que van año tras año al mismo lugar, y muchos que no pueden despedirse de un bello paisaje sin antes tomar la decisión de volver muy pronto. Buena gente podrán ser, pero no buenos caminantes. Tienen algo de la roma embriaguez y algo de ese afán coleccionista de las muchachas que recogen la flor de tilo. Pero afán de caminante no tienen, ese afán callado, serio y alegre al mismo tiempo, siempre diciendo adiós."
Bilderbuch
Muchas lunas iluminaron el mismo sueño de la vuelta a casa. Abría la puerta con timidez circunspecta a pesar de la excitación que albergaba en su interior. Esperaba encontrarlos a todos, a cada uno de aquellos que siempre habían sido su hogar, emocionados por su regreso, exactamente como los recordaba. Entonces despertaba, acompañada por la sola presencia de aquel silencio tan extrañamente familiar al que jamás quiso acostumbrarse, resuelta a caminar de nuevo, convencida de que ese día, dondequiera que la llevarán sus pasos, volvería a cerrar los ojos.
sábado, enero 05, 2008
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