jueves, octubre 26, 2006

12-12-2004


La angustia, amargor invisible, resta esplendor a mi mancebía. La angustia, absurdo apego a lo mundano, es óbice para el verbo fuerte, para la risa fuerte, para mi sexo tan fuerte y tan frágil.
En nosotros habitan las inquietudes, hijas de la propia esencia del ser humano que nos empujan al progreso tanto como a la metálica frustración. El hombre se angustia ante la desmesura que el mismo ha propiciado; cada hombre se dice ajeno al sistema, demiurgo fagocitador de las almas claras, a la vez que le es imposible escapar de sus garras.

Vacío presentísimo el que me acompaña en el morir de los días. El alma siempre infatigable reclama su lecho. No permanece más que el presente, lo demás, fulgurante quimera parida en las horas del ocaso, se aletarga en mis entrañas de actualidad absoluta para amanecer de nuevo con el vigor de la juventud que me hace tan feliz...

...preciosa Sevilla en una noche de sábado. Sus luces, sus sabores, sus cándidos adoquines, Perejil el aroma. Amigos, Juan... Alicia.

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