miércoles, abril 18, 2012

Colombia 22

Mi hermana, la preciosa médico, reprende a mamá por papá. Carlota no entiende cómo nuestro padre plantea el ocaso, cómo decide no dar prioridad a la salud en sus últimos años de vida. Se enoja. A veces los médicos parecen no entender que todos vivimos siempre el último año de nuestra vida. A los pacientes como papá habría que sacarlos de la seguridad social, dice. Mi madre escucha y en silencio reflexiona. Yo replico que a los adultos no debe aleccionárseles sobre cómo deben vivir. No entiendo cómo alguien puede no elegir la vida, que la vida no sea lo más larga posible, contesta ella. Mi hermana es tan hermosa y tan fuerte. Está tan viva. La quiero más que nunca. Su valor ante todo contagia; me provoca un irracional orgullo congenito. Imar está a la altura. Es quizás el mejor hombre del mundo. El parlamento de la niña disuade la tentativa de los huevos rotos con chistorra como plato fuerte de la cena. Ya hemos tenido suficiente colesterol en Los Lajares, papá. Mejor secreto.

En el Quebeque de Guanarteme nos mojamos con el vino en el análisis de la amistad. De algún modo se vislumbran los bordes de un clan, de una visión, de un todo. Las lágrimas de pronto asaltan los ojos de mi madre. Casi puedo entender el sentido del mundo al verla tan a flor piel. Me desprecio por todos y cada uno de los momentos en que la he hecho sufrir. Nunca se debe ser cruel con una madre. Vibro y me expreso sin catar el secreto. Hablo y hablo, chispeando en conatos de axiomas o paradigmas, con esa facilidad que tenemos con intermitencia los traficantes de palabras. Es hermosa mi familia. Mi padre, tan serio y enorme, con su níveo cabello ya ralo y sus severas lentes de montura carey. Siempre ha sido huevón e inteligente. Ahora, es incluso afable. Uno de sus principales talentos es recabar información y ser frío en el análisis. No se cuida, de acuerdo, pero entiende de qué va esto. En la amistad, el enfoque lo es todo, dice. A quien creíamos un hermano puede dejar de serlo; no deja de serlo aquel que lo es.

Regresamos a casa un poco cocidos por el vino y el ron del postre. Tengo la sensación de no haber comido mucho, pero sí de haberme alimentado. La marea luce alta en Las Canteras. Alta observa la Luna. La familia es la clave. La explicación. El fin. El medio. Soy indudablemente afortunado. Un suertudo accidente de la entropía genética. Mi hermana camina a mi lado. Agarra mi brazo y me susurra que mamá tiene mala cabeza. Ella siempre tan exigente. Cada día se parece más a su madre. Es muy emocionante retenerlos a todos. Nada posee más elevado sentido. Sólo y tendido en la cama de aire escribo este cuento. Me gustaría poder abrazarlos, pero ahora están durmiendo.

1 comentario:

Phoebe dijo...

Hacía tiempo que no lo visitaba...Me encanta lo que escribes y cómo lo escribes. Acabaré leyendo un libro tuyo, seguro...avísame si me despisto ;-)