Acepté este camino porque antes
pude comprobar otros por mí mismo.
Miré y vi un mundo plano, vasto,
ultrasensorial.
Se saturaron mis sentidos,
traicioneros receptores de todo,
y mi oración tornose íntima,
aislada, sola a solas
con El Solo.
Crucé las galaxias y las eras,
más allá de los límites
de mi conciencia,
abandonando la vanidad
de vanidades,
toda vanidad,
y sentí en mi cuerpo la luz
de las estrellas, el enigma
de la antimateria,
la inexplicable grandiosidad
de la vida,
insignificante, inútil, tan
ególatra.
Sin haber hallado la unidad
de la conciencia,
regresé al hombre
y usé sus letras y sus cantos.
Traté de ver en la luz
y no en los objetos coloreados.
Pensé las ideas,
las de otros,
y resultaron ser mejores que las mías.
Mucho más bellas.
Ellos me acogieron
como a un preclaro,
un héroe agitador
del hipotálamo.
Me respetaron
y algunos me llamaron
amigo.
Sin embargo seguí disperso
y, por algún motivo,
en soledades anidaba,
sobrevolando un día
tras otro
las mismas lejanías.
Decidí reandar mis pasos,
libar de nuevo la novedad
maravillosa inmanente en cada
uno de ellos.
Desprendido de lo que pensaba
mis sentidos regresaron
de su destierro,
purificados,
afinados como un Stradivarius.
Me noté preparado
y crucé los océanos
para ver a otros
bajo el signo de una luz ya vista.
Perdí la razón, y no sé como
volvió el encanto...
Se tocaron la noche y el día
y el fuego y el agua,
feneció la discordia
y los locos estuvieron cuerdos.
Volví a ser un niño
y me sentí elegido,
el mejor de los hombres,
el más bueno.
Por esto,
mañana como hoy
llegaré al Sol
y me deslizaré por el Arenal
y las Hileras del tiempo,
por sentir sobre mi rostro
el frescor de tu Flora,
tan frondosa, tan rizada.
Este es mi camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario