Madrid, este minúsculo espacio del cosmos en el que
yuppies encocados, facinerosos con flequillo, pajarracas de
chúpame la punta y pobres diablos atribulados están encantados de haberse conocido. Será por los madrugones hacinados en apestosos vagones de lo más cosmopolita, por el intenso olor a basura que nos acompaña muchas mañanas nada más sacamos el pie del portal, por todas esas hembras que nunca conoceremos y que bien podrían hacernos felices y darnos hasta descendencia, por las hipotecas imposibles, por los jefes bastardos, por los amigos y familiares ausentes, por los fracasos y nuevos fracasos sentimentales, por las noches irrepetibles venidas y por venir, por las callejas sucias y graffitadas, por los mejis y las tostas de la Lucy, por los paseos interminables de sábado por la tarde, por los pisos sin cortinas, por el AVE... Pero sobre todo porque no existe mayor paraíso que volver a ver tus padres o a un amigo tras un verano de mierda.
Aquí nos quedamos. Por ahora.